Las grandes ciudades se siguen acelerando, cada vez más autopistas, más vías rápidas, menos paraderos, más barrios interconectados y más ciudadanos apresurados por llegar a su destino. Las identidades locales se cubren de asfalto, surge lo global, los imaginarios colectivos son individuales, los intereses privados construyen la ciudad y los medios masivos nos siguen regalando miedo a mañana, tarde y noche. No hay para qué salir de casa, una llamada o una conexión pondrá a disposición lo que necesitamos o lo que queremos.
PRESENTACIÒN PREZI
Estas transformaciones no solo las experimentan las grandes urbes, sino que también -a su manera y en su realidad- las están viviendo las poblaciones pequeñas. Tibasosa tiene sus propias mutaciones. La inseguridad campea en los corazones y en los espacios vitales. Atrás quedaron aquellas épocas en que las puertas de las casas eran para atajar el frío, pues permanecían de par en par, dando la bienvenida a quien llegara. Ahora, además de permanecer bien cerradas, tienen tranca, rejas, doble o triple chapa y algún sistema de alarma. Las calles rompen sus mitos habituales y se llenan de sospecha, de complicidad, de cierta incertidumbre y hasta de seguridad privada. El pueblo sufre un descentramiento, pierde aquellos sitios que le servían de centro y por supuesto de referentes de encuentro. La plaza de mercado dejó de ser, si algún día fue.
Aparecen los autoservicios, sales, vas, escoges, pagas y vuelves a la casa sin necesidad de cruzar una sola palabra. La tienda era otra cosa: primero, el cálido saludo con don Pedro o doña Jesús, el “qué más”, “cómo le va”, “cómo le parece esto o aquello”, “si supo lo de…”, en fin, era el espacio informativo local por excelencia, donde se conversaba con toda la frescura de los viejos conocidos, de los vecinos, de los amigos, de los paisanos. Segundo, el momento de la compra, que qué carestía, que “bájele la mitad y vuelva a pedir”, que “estoy preguntando por una y no por la docena”, así otra conversa rutinaria que ponía a prueba las calidades del comprador y las virtudes del vendedor, en un regateo mágico, lleno de sentidos, de palabras que seducían, sin atropellar, todo por la simple fascinación de irse satisfecho con la compra y quedarse orgulloso de la venta, así como tantas veces fuera “al fiao”, que “tranquilo que otro día le pago”.
Poco a poco el pueblo va creciendo, empieza a hospedar a muchos que llegan por un ratico y se amañan u otros que lo vieron y se convencieron. Así el vecino va perdiendo sus calidades, deja de ser el de al lado, el conocido, con el que se comparte un saludo, una buena charla, las necesidades y las alegrías, para pasar a ser ese otro, “raro”, “extraño”, “aparecido”, de quien no se conoce su nombre, ni procedencia ni qué hace y lo único que atinamos a decir cuando nos requieren referencias es el famoso “jummmmm”. Pasa a ser entonces el “calvo”, el “gafufo”, el “de la esquina”, el “de las puertas verdes”. Y no falta quienes le inventen cualquier enredo para acrecentar nuestras distancias, alimentar el temor y evitar cualquier trato.
Eso despojó a los tibasoseños de sus cualidades innatas: fraternidad, cordialidad y el sentido comunitario, lo que les permitió realizar grandes obras con muy pocos recursos económicos, pues siempre prevaleció el bien común, eso de que “por el pueblo lo que sea y como sea”. Así lo rememoran los mayores, así -cuando el presupuesto era mínimo- golpearon muchas puertas, portones, ventanas y corazones en busca de ayuda en materiales y maquinaria y se valieron de manifestaciones comunitarias como el convite para tener colegio, escuela, parque, iglesia, calles, palacio municipal, en fin, las identidades propias de un pueblo.
VER MEMORIAS DE TIBASOSA
Hay entonces episodios de ese paisaje ciudadano que envuelve a cada persona desde que nace, incluso desde que adopta su pueblo como parte de su vida y condición de futuro, que permanecen lejanos, ausentes y sólo queda el recuerdo mediato, ese que se hace imborrable pero que solo guarda la realidad reconstruida a pedazos. Por suerte también quedan muchos mayores, testigos fieles de las marcas culturales que trascienden en el tiempo, que hablan de esperanzas y angustias cotidianas. Con mayor suerte -si es que la suerte existe- prevalecen las tiendas de cerveza, silencios y conversas y uno que otro escueradero (tronco de madera puesto sobre los andenes para sentarse a descansar o echar carreta o “chisme” como suele decirse popularmente) sigue campante ofreciendo un asiento para “rajar de todo el mundo”, “arreglar el país”, “sacar los cueros al sol” o simplemente contar, contar la historia, esta, aquella, todas las historias, las que conocemos por experiencia propia o las que otros han contado. ESCUCHAR "EL ESCUERADERO"
Y “¿qué hay por el pueblo?” -preguntan los que hace rato no lo visitan-, frase que también retumba en nuestros oídos, pues basta darse “la vuelta al pueblo” y echar la memoria atrás para ver las nuevas estéticas sociales y arquitectónicas que habitan a Tibasosa. Ya les seguiré contando, mientras tanto una muestra para estos tiempos que se avecinan... VER VIDEO AGUINALDOS.
PRESENTACIÒN PREZI
Estas transformaciones no solo las experimentan las grandes urbes, sino que también -a su manera y en su realidad- las están viviendo las poblaciones pequeñas. Tibasosa tiene sus propias mutaciones. La inseguridad campea en los corazones y en los espacios vitales. Atrás quedaron aquellas épocas en que las puertas de las casas eran para atajar el frío, pues permanecían de par en par, dando la bienvenida a quien llegara. Ahora, además de permanecer bien cerradas, tienen tranca, rejas, doble o triple chapa y algún sistema de alarma. Las calles rompen sus mitos habituales y se llenan de sospecha, de complicidad, de cierta incertidumbre y hasta de seguridad privada. El pueblo sufre un descentramiento, pierde aquellos sitios que le servían de centro y por supuesto de referentes de encuentro. La plaza de mercado dejó de ser, si algún día fue.
Aparecen los autoservicios, sales, vas, escoges, pagas y vuelves a la casa sin necesidad de cruzar una sola palabra. La tienda era otra cosa: primero, el cálido saludo con don Pedro o doña Jesús, el “qué más”, “cómo le va”, “cómo le parece esto o aquello”, “si supo lo de…”, en fin, era el espacio informativo local por excelencia, donde se conversaba con toda la frescura de los viejos conocidos, de los vecinos, de los amigos, de los paisanos. Segundo, el momento de la compra, que qué carestía, que “bájele la mitad y vuelva a pedir”, que “estoy preguntando por una y no por la docena”, así otra conversa rutinaria que ponía a prueba las calidades del comprador y las virtudes del vendedor, en un regateo mágico, lleno de sentidos, de palabras que seducían, sin atropellar, todo por la simple fascinación de irse satisfecho con la compra y quedarse orgulloso de la venta, así como tantas veces fuera “al fiao”, que “tranquilo que otro día le pago”.
Poco a poco el pueblo va creciendo, empieza a hospedar a muchos que llegan por un ratico y se amañan u otros que lo vieron y se convencieron. Así el vecino va perdiendo sus calidades, deja de ser el de al lado, el conocido, con el que se comparte un saludo, una buena charla, las necesidades y las alegrías, para pasar a ser ese otro, “raro”, “extraño”, “aparecido”, de quien no se conoce su nombre, ni procedencia ni qué hace y lo único que atinamos a decir cuando nos requieren referencias es el famoso “jummmmm”. Pasa a ser entonces el “calvo”, el “gafufo”, el “de la esquina”, el “de las puertas verdes”. Y no falta quienes le inventen cualquier enredo para acrecentar nuestras distancias, alimentar el temor y evitar cualquier trato.
Eso despojó a los tibasoseños de sus cualidades innatas: fraternidad, cordialidad y el sentido comunitario, lo que les permitió realizar grandes obras con muy pocos recursos económicos, pues siempre prevaleció el bien común, eso de que “por el pueblo lo que sea y como sea”. Así lo rememoran los mayores, así -cuando el presupuesto era mínimo- golpearon muchas puertas, portones, ventanas y corazones en busca de ayuda en materiales y maquinaria y se valieron de manifestaciones comunitarias como el convite para tener colegio, escuela, parque, iglesia, calles, palacio municipal, en fin, las identidades propias de un pueblo.
VER MEMORIAS DE TIBASOSA
Hay entonces episodios de ese paisaje ciudadano que envuelve a cada persona desde que nace, incluso desde que adopta su pueblo como parte de su vida y condición de futuro, que permanecen lejanos, ausentes y sólo queda el recuerdo mediato, ese que se hace imborrable pero que solo guarda la realidad reconstruida a pedazos. Por suerte también quedan muchos mayores, testigos fieles de las marcas culturales que trascienden en el tiempo, que hablan de esperanzas y angustias cotidianas. Con mayor suerte -si es que la suerte existe- prevalecen las tiendas de cerveza, silencios y conversas y uno que otro escueradero (tronco de madera puesto sobre los andenes para sentarse a descansar o echar carreta o “chisme” como suele decirse popularmente) sigue campante ofreciendo un asiento para “rajar de todo el mundo”, “arreglar el país”, “sacar los cueros al sol” o simplemente contar, contar la historia, esta, aquella, todas las historias, las que conocemos por experiencia propia o las que otros han contado. ESCUCHAR "EL ESCUERADERO"
Y “¿qué hay por el pueblo?” -preguntan los que hace rato no lo visitan-, frase que también retumba en nuestros oídos, pues basta darse “la vuelta al pueblo” y echar la memoria atrás para ver las nuevas estéticas sociales y arquitectónicas que habitan a Tibasosa. Ya les seguiré contando, mientras tanto una muestra para estos tiempos que se avecinan... VER VIDEO AGUINALDOS.
Excelente, es ideal seguir la tradición!
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